martes, 23 de febrero de 2016

AJEDREZ

De niño, jugaba Damas Chinas (el de las canicas)  y hasta Damas, incluso “El Zorro y Las Gallinas”; pero, no aprendí a jugar Ajedrez. Mis amiguitas letonas de apellido Atars, de La Guaira, hijas de un matrimonio Letón sí que jugaban muy bien y fueron campeonas. Su padre jugaba a nivel de maestro, incluso en campeonatos internacionales por correspondencia y había sido campeón de lucha grecorromana en las olimpiadas, su fecha de nacimiento coincidía con la mía (19 de agosto) y era un hombre muy simpático y fuerte, parecía un vikingo, y solía enseñarme como movía a voluntad sus bíceps mientras colocaba su mano en la frente como el pensador de Rodìn,  y eso me hacía admirarlo como a un héroe griego.


A duras penas sólo aprendí los movimientos básicos de las piezas y el sentido del juego, uno de caballeros, de gente inteligente y culta, el cual - como la matemática- cumple una función ulterior o by-product obligado, el cual es formatear la inteligencia para que ella se vuelva funcional y logremos adaptar nuestra mente a futuras exigencias en la vida. Debería ser obligatorio en los pensa académicos del Sistema Educativo Nacional. En 2006 intenté infructuosamente de introducirlo como asignatura en la universidad de la cual fui Vicerrector administrativo.


Un detalle para nada insignificante es que el juego, a diferencia de las vulgares (por populares) damas y las graciosas damas chinas, es que uno puede y debe comerse las piezas del otro en su estrategia general consistente de jugadas simples o poco complejas, para alcanzar el cuartel del contrario y  coronarse, o  para llenarle su casa y sacarlo a él, o para comerse las gallinas y quedarse de macho alfa en el patio.


En cambio, en el elegante y sesudo ajedrez, considerado juego-ciencia,  se trata de acorralar al rey, hasta que éste mismo se tumba o echa al suelo, significando la admisión de su derrota. Se puede comer piezas del contrario; pero, éste no es su fin y muchos chambones al comienzo pierden tiempo pensando en cómo comerse las fichas contraías, cuando el adversario sin comerse ninguna de las nuestras nos gana. El quid de la cuestión es mover bien los caballos, las torres, los alfiles y peones, ayudados de la súper poderosa reina, hasta que encerramos al rey contrario en una posición tal, en la cual éste no puede moverse y se derroca él mismo, como chacumbele.


Esto siempre me interesó, pero, mi modesta inteligencia y mi carácter inquieto, no me daba para sentarme por horas, para pensar y repensar y acumular jugadas adelantadas, para aprenderme los diversos mates, empezando por el pastor y las jugadas famosas de otros tantos maestros del arte. Es decir, apenas pude aprender a mover piezas y asumir cara de inteligente, de parejero que todavía no ha comprendido que el fin del juego es simular un enfrentamiento agonal entre dos ejércitos, donde cada rey usa sus recursos   hasta que el rey contrario se rinda.


En esta vida que vivimos, el ajedrez pienso sería una buena alegoría o parangón para lo que nos acogota.  Nuestro “rey” está acorralado por su propia ineptitud, ya no tiene más jugadas que no sean las de la estrategia perder-perder o la llamada “Zancadilla del Diablo”, aquella del  célebre escritor de novelas de vaqueros, Marcial Lafuente Estefanía, donde el villano inminente perdedor dice: “me voy, pero me llevo al otro en los cachos”.


En 1810, el ultimo Capitán General de la Capitanía General de Venezuela, Vicente Emparam, al verse encerrado renunció elegantemente y aprovechó el respiro o puente de plata que le tendía Madariaga, para pronunciar su famosa frase: “Bueno, si Uds. no quieren que gobierne, yo tampoco quiero mando”, y cogió las de Villa Diego.


Igual le sucedió a Marcos Pérez Jiménez en 1958, cuando su lugarteniente intelectual o arbitrio de la elegancia a lo Petronio, el ministro de interiores Laureano Vallenilla-Lanz Planchart (1912-1973) (a) “Laureanito”, apodado así para diferenciarlo de  su padre (1870-1936), quien ya lo había sido de Gómez, como buen consiglieri le dijo: “vámonos mi general, que pescuezo no retoña” y alzaron vuelo en una vaca sagrada.


En abril de 2002 el rey fue derrocado por una mega marcha que empezó como paro cívico nacional y que, técnicamente, no fue una huelga de trabajadores, sino una bola de nieve que creció gracias al fuego iniciador o catalizador azuzado por líderes del momento; pero que, reflejaba la combinación perfecta de oxígeno, comburente y temperatura necesaria para hacer eficiente la explosión, la cual tenía que darse para buscar salir de la presión en la que la situación nacional se encontraba. El rey de entonces comprendió y se doblegó ante la realidad de la mega manifestación e inteligentemente renunció, aun cuando hasta hoy no se tenga su renuncia escrita,  porque alguien la guarda como la “Perica” o la “reservada” de juego del truco, porsia.  NO necesito recordarles todo; pues, el sentido de mi escrito es analizar y comparar tiempos y circunstancias y para decirle o recordarle a quien deba oírlo o leerlo, que otra vez  el rey está encerrado, que no aplique a Marcial Lafuente Estefanía y que coja las de Villa Diego, que pescuezo no retoña.






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