AJEDREZ
De niño, jugaba Damas Chinas
(el de las canicas) y hasta Damas, incluso “El Zorro y Las Gallinas”; pero, no aprendí a jugar Ajedrez. Mis
amiguitas letonas de apellido Atars, de La Guaira, hijas de un matrimonio Letón
sí que jugaban muy bien y fueron campeonas. Su padre jugaba a nivel de maestro,
incluso en campeonatos internacionales por correspondencia y había sido campeón
de lucha grecorromana en las olimpiadas, su fecha de nacimiento coincidía con
la mía (19 de agosto) y era un hombre
muy simpático y fuerte, parecía un vikingo, y solía enseñarme como movía a
voluntad sus bíceps mientras colocaba su mano en la frente como el pensador de
Rodìn, y eso me hacía admirarlo como a
un héroe griego.
A duras penas sólo aprendí
los movimientos básicos de las piezas y el sentido del juego, uno de
caballeros, de gente inteligente y culta, el cual - como la matemática- cumple una función ulterior o by-product
obligado, el cual es formatear la inteligencia para que ella se vuelva
funcional y logremos adaptar nuestra mente a futuras exigencias en la vida.
Debería ser obligatorio en los pensa académicos del Sistema Educativo Nacional.
En 2006 intenté infructuosamente de introducirlo como asignatura en la universidad
de la cual fui Vicerrector administrativo.
Un detalle para nada insignificante
es que el juego, a diferencia de las vulgares (por populares) damas y las graciosas damas chinas, es que uno puede
y debe comerse las piezas del otro en su estrategia general consistente de jugadas
simples o poco complejas, para alcanzar el cuartel del contrario y coronarse, o
para llenarle su casa y sacarlo a él, o para comerse las gallinas y
quedarse de macho alfa en el patio.
En cambio, en el elegante y
sesudo ajedrez, considerado juego-ciencia, se trata de acorralar al rey, hasta que éste
mismo se tumba o echa al suelo, significando la admisión de su derrota. Se
puede comer piezas del contrario; pero, éste no es su fin y muchos chambones al
comienzo pierden tiempo pensando en cómo comerse las fichas contraías, cuando
el adversario sin comerse ninguna de las nuestras nos gana. El quid de la cuestión
es mover bien los caballos, las torres, los alfiles y peones, ayudados de la súper
poderosa reina, hasta que encerramos al rey contrario en una posición tal, en
la cual éste no puede moverse y se derroca él mismo, como chacumbele.
Esto siempre me interesó, pero,
mi modesta inteligencia y mi carácter inquieto, no me daba para sentarme por
horas, para pensar y repensar y acumular jugadas adelantadas, para aprenderme
los diversos mates, empezando por el pastor y las jugadas famosas de otros
tantos maestros del arte. Es decir, apenas pude aprender a mover piezas y
asumir cara de inteligente, de parejero que todavía no ha comprendido que el
fin del juego es simular un enfrentamiento agonal entre dos ejércitos, donde
cada rey usa sus recursos hasta que el rey contrario se rinda.
En esta vida que vivimos, el
ajedrez pienso sería una buena alegoría o parangón para lo que nos acogota. Nuestro “rey” está acorralado por su propia
ineptitud, ya no tiene más jugadas que no sean las de la estrategia perder-perder
o la llamada “Zancadilla del Diablo”,
aquella del célebre escritor de novelas
de vaqueros, Marcial Lafuente Estefanía, donde el villano inminente perdedor
dice: “me voy, pero me llevo al otro en los cachos”.
En 1810, el ultimo Capitán General
de la Capitanía General de Venezuela, Vicente Emparam, al verse encerrado renunció
elegantemente y aprovechó el respiro o puente de plata que le tendía Madariaga,
para pronunciar su famosa frase: “Bueno, si Uds. no quieren que gobierne, yo
tampoco quiero mando”, y cogió las de Villa Diego.
Igual le sucedió a Marcos Pérez
Jiménez en 1958, cuando su lugarteniente intelectual o arbitrio de la elegancia
a lo Petronio, el ministro de interiores Laureano Vallenilla-Lanz Planchart
(1912-1973) (a) “Laureanito”, apodado así para diferenciarlo de su padre (1870-1936), quien ya lo había sido
de Gómez, como buen consiglieri le dijo: “vámonos mi general, que pescuezo no retoña”
y alzaron vuelo en una vaca sagrada.
En abril de 2002 el rey fue
derrocado por una mega marcha que empezó como paro cívico nacional y que,
técnicamente, no fue una huelga de trabajadores, sino una bola de nieve que creció
gracias al fuego iniciador o catalizador azuzado por líderes del momento; pero
que, reflejaba la combinación perfecta de oxígeno, comburente y temperatura necesaria
para hacer eficiente la explosión, la cual tenía que darse para buscar salir de
la presión en la que la situación nacional se encontraba. El rey de entonces
comprendió y se doblegó ante la realidad de la mega manifestación e
inteligentemente renunció, aun cuando hasta hoy no se tenga su renuncia escrita,
porque alguien la guarda como la “Perica”
o la “reservada” de juego del truco, porsia.
NO necesito recordarles todo; pues, el sentido de mi escrito es analizar
y comparar tiempos y circunstancias y para decirle o recordarle a quien deba oírlo o leerlo,
que otra vez el rey está encerrado, que
no aplique a Marcial Lafuente Estefanía y que coja las de Villa Diego, que
pescuezo no retoña.
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