LA FELICIDAD
Aristóteles hace
consistir la felicidad en la adquisición de la excelencia (virtud) del carácter
y de las facultades intelectivas”
Visto el resumen de la definición aristotélica, debo remitirme a
la que le escuchara al economista Francisco Faraco, quien la dio durante una
entrevista que le hacían sobre aspectos de la economía, lo que no excluye lo
que reza el dicho criollo: “Más
sabe el diablo por viejo que por diablo”. Su concepto fue simple
y coloquial: “Vivir sin dolores en el cuerpo y sin mortificaciones en el
alma”
A mi juicio, la felicidad se ajusta muy bien a la definición
intuitiva o estudiada, de Faraco, doquiera sea la fuente de la que éste haya
bebido; sólo que agrego que no es un continuum, sino una sumatoria, más o menos
algebraica, de instantes en la vida de una persona, en los que ésta ha sentido
que era feliz y en los que no, y que va depender de un cierto grado de
libertad para el control de dichos momentos. Es decir, de lo que la persona es
capaz de prever, si fuera el caso, para que los malos momentos no le lleguen o
para sortearlos con sabiduría cuando se ve sumergida en ellos, y a aquellos en
los cuales, bien sea por imprevisión o falta de madurez, no pudo evitarlos.
De cualquier manera, la felicidad, como la motivación, son cosas internas
de cada individuo, no una condición que puede acumularse, como sucede o se da
en el caso de los indicadores de valores agregados en la economía y que pudiera
atribuirse a toda una población.
Sin dolores en el cuerpo es lo atinente a las enfermedades físicas, pues de las mentales es
posible que el enfermo no pueda ni percatarse de si es o no feliz. Aun estando
sanos, pudieran hasta persuadirlo de que lo es, cuando las razones objetivas
muestren lo contrario. En el caso de enfermedad física, va a depender del
umbral de resistencia al dolor y de ciertos factores que hacen que unas
personas sean estoicas y otras muy sensibles al sufrimiento y no puedan
superarlo.
Con la felicidad ocurre lo que resume el dicho “entre gustos y colores no han
escrito los autores”, o sea, la voluntad, actitud e intereses de cada
persona le darán connotación de momento feliz a unas cosas y no a otras,
asumiendo que no se afecte la lucidez, ni el entendimiento, y dependiendo de su
consciencia, de sus valores, de su cultura y de su psiquis o simplemente de su
economía. No en balde se dice vulgarmente que “El
dinero no da felicidad; pero, calma los nervios” al producir una disminución
de factores de riesgo de infelicidad por angustia de supervivencia, aunque
pueda producir otros.
Mortificaciones en el alma significa exactamente eso, que la persona haya logrado un
equilibrio emocional tal, que las situaciones por las cuales atraviesa no
impactan en su espíritu, ni le trastornan su existencia.
Es difícil ser feliz en este momento por el que atravesamos en el
país. Un amigo me dice que en ocasiones mis escritos se vuelven melodramáticos
y yo le doy la razón y le contesto que, precisamente, la vida es eso, un drama,
la cual incluye tragedia y comedia. Nunca había sido tan cierto como hoy en el
que acudí a la Academia de Ciencias y Artes Militares y Navales, para ser
incorporado como Individuo de Numero, para ocupar el sillón No. 25, y estaba
realmente muy orgulloso y feliz, rodeado de mis pares profesionales y aunque,
de antemano estoy consciente de mis limitaciones, pues sé que el reto del
compromiso es muy alto lo asumo, especialmente cuando sustituyo a un gran
colega y amigo fallecido hace ya año y medio, el CN Tomás Antonio Mariño
Blanco, QEPD, cuya sabiduría y brillante carrera deja una impronta fulgurante
en lo personal e intelectual, la cual sitúa el estándar muy alto para mis
limitados talentos, y se convierte en reto a emular. Puedo decir que disfruté
mucho de la ceremonia, incluso del apoyo generoso no sólo de quienes me
designaron, sino de los familiares del colega, amigo y mentor, quienes estaban
presentes apoyándome. Con el corazón emocionado me dejé acariciar por las
emociones de mi momento, llamémosle de felicidad, donde hasta olvidé mis
dolores en el cuerpo.
Al legar a casa me encuentro con la imagen de un niño de 16 años
tirado en la calle, con la cabeza sangrante destrozada por un disparo durante
una manifestación y, allí se rompió mi felicidad. Esa noticia mortificó mi
alma, porque tengo 8 nietos, uno de un poco menos la edad del angelito
asesinado, y estudiante también de un liceo. Mi nieto muestra desde ya una
clara como inusual consciencia política, auto generada de la lectura de libros
(recientemente leyó un novela de casi 500 páginas en 4 días), lee
diarios, hace investigaciones a motu propio en google, etc. Cultura y
consciencia políticas no impuestas por nosotros, sino derivada de la
observación de su ambiente. Realmente me sorprende con sus conocimientos de
asuntos profundos de cultura general, y muchas veces superiores a los de niños
de su edad y de mayores, incluso adultos. Sus preguntas a veces me dejan
perplejo y me fuerzan a documentarme para darles respuestas.
Son las 2 am y no he podido dormir pensando, indignado e impotente
porque no puedo hacer nada físicamente y sigo tecleando para desahogar mi
frustración y elevar mi voz por encima de la barbarie para exigir una reflexión
seria de parte del gobierno y de mis compatriotas, conciudadanos, camaradas o
como quiera decirse, para que cambiemos nuestra actitud y, en consecuencia, se
cambie nuestra conducta hasta hoy pasiva, temerosa e insegura, y por ende se
puedan dar los cambios necesarios en nuestro devenir histórico. No apelo a la
violencia física, sino al coraje cívico y democrático, aplicando con firmeza la
máxima papal de Juan Pablo segundo de: “No temáis”.
Llevo en mi pecho el dolor de la madre y la rabia del padre, la
congoja del pueblo y la angustia silente por la incertidumbre del rumbo errado
y la inminencia del peligro, y me duele porque, como dijo Andrés Eloy Blanco en
su poema Los Hijos Infinitos: “Cuando
se tiene un hijo se tienen todos los hijos del mundo”
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