domingo, 7 de enero de 2018


   EL LADO NEGRO DE LA EVOLUCION SOCIAL DE LOS PUEBLOS AVANZADOS


Hidden Figures o “Talentos Ocultos” es el título de una película norteamericana  que acabo de ver, la cual honra la memoria de una mente brillante, la doctora afroamericana Katherine Coleman Goble Johnson (97 años), quien sufrió los embates de la discriminación y racismo que se dio en los Estados Unidos en los años 60s del siglo XX. Viéndola me acordé de mis experiencias con el racismo remanente para finales de ese siglo, en ese país y, durante mis tres años de Asesor al Colegio Interamericano de Defensa en Washington DC., adscrito a la OEA.

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 Katherine Johnson Goble

Debo aclarar que nunca sufrí discriminación directa hacia mi persona  durante mis 2 años previos de vida y estudios en esa nación (1976 y 1992), como tampoco en Inglaterra,  donde estudié y serví durante 2 años (1972 y 1974); no obstante, percibía rasgos de ese fenómeno en otros. En los 3 años como Asesor al Colegio Interamericano de Defensa CID, de 1996 a 1999, gocé de la  camaradería usual en esa extraordinaria organización educativa superior de la OEA, y lo que tuve fue amigos, incluso en mi vida privada y social disfruté de trato deferente. En el CID se da una relación entre los representantes de los 34 países del continente y sus familias, en comunicación inter pares, la cual sirve de aceite que lubrica las relaciones internacionales del Sistema Interamericano que conformamos.

En cambio, nunca lo había confesado y si lo hago es inspirado por la película que acabo de ver, tuve una experiencia muy desagradable con mi casero, de mi casa del 7048 Cindy Lane, de la villa de Annandale, VA., donde viví durante el primer año (1996 a 1997) de mi comisión como asesor al Colegio Interamericano de Defensa, por eso, preferí mudarme a una casa en la villa de Burke, donde culminé mi estada de 3 años. Era que este casero era un WASP (blanco, anglosajón, y protestante) muy racista, quien intentaba tratarme como lo hacían los colegas de la brillante doctora con ésta, en especial su superior inmediato en cargo, porque n lo humano y profesional estaba muy por debajo, quien terminó sirviéndole el café a la científica afroamericana. 

Era que mi casero (landlord) no entendía (y no tenía por qué entenderlo, aunque la realtor se lo hubiera dicho) qué cosa era un capitán de navío, y que uno venezolano o de cualquier país sudamericano era equivalente a uno de su país o de otro cualquiera de los 34 países del sistema y que, si estábamos allí, era por nuestros estudios y por nuestros méritos, incluso desconocía o le importaba un comino mi posición de diplomático, ni que cumpliera a cabalidad con mis obligaciones de inquilino, ni que algunos norteamericanos servían en el departamento donde yo era jefe. Ignoraba  que, p. ej., en 1976 yo había ocupado el primer lugar del orden de mérito del curso de Gerencia de Mantenimiento de Aviación Naval estudiando con norteamericanos y que fui honrado con artículo en la prensa local, y otros lauros alcanzados en cursos civiles y militares, dentro y fuera de mi país. No le importaba un bledo para intentar maltratarme de palabras, con sorna o críticas injustas o sus impresiones. Su actitud, de entrada, era ruda y ofensiva, como humillante al informarme de alguna regla o presunta violación de las mismas, sin comprobación ninguna; así le pagara el canon de alquiler al día y mantuviera la casa en excelentes condiciones como la recibí. No podía ocultar su xenofobia, ni la baja condición de su carácter moral. Alquilé mediante una intermediaria, o realtor (especialista en gestoría inmobiliaria).

Para consolarme y así  algunos traten de cambiar la historia, pensaba y sigo pensando que al igual que Venezuela, EE.UU.AA es una gran nación, admirada por nuestro libertador Simón Bolívar, así como éste admiraba a George Washington, uno de los padres fundadores de esa indiscutible gran potencia, de los bravos. Simón Bolívar y George Washington han sido comparados por historiadores, quienes han querido ver en ellos  paralelismos, y hasta los han elevado en iguales sitiales como precursores de la libertad y la independencia de América. Washington, sin dudas, es un héroe de luminosidad y trascendencia muy valiosas como nuestro libertador, y ambos gozan del reconocimiento mundial, como demiurgos que ambos son, de la democracia y de la libertad de sus naciones.

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Simon Bolivar 

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             George Washington

El Libertador le tenía un gran respeto y admiración a Washington (nòtese la medalla de washington en la imagen de Bolívar) por su energía; de la misma manera que Bolívar era admirado por las personalidades más ilustres de ese país del Norte. El 25 de mayo de 1826, el Libertador recibe de la familia de George Washington el medallón del héroe norteamericano, en cual hoy se encuentra en el Museo Bolivariano de Caracas. Cuando Bolívar recibió la medalla dijo “Hoy he tocado con mis manos este inestimable presente. La imagen del primer bienhechor del continente de Colón, ofrecido por esa familia inmortal”. (Fuente: Wikipedia).

Si hablamos de Katherine Coleman Goble Johnson (26 de agosto de 1918), veremos que es una física estadunidense, científica espacial y matemática, quien contribuyó a la aeronáutica de los Estados Unidos, en su carrera contra los Rusos, aportando su talento a sus programas espaciales, con la aplicación temprana de las computadoras electrónicas digitales, junto a la Dra. Dorothy Vaughan y un grupo de 30 científicas afrodescendientes, utilizadas como "computadoras humanas",  tarea que realizaban a mano,  en la NASA, antes de la contratacion de IBM y luego Vaughan llegari a ser supervisora de esta sección, donde ya venía trabajando como tal, sin sueldo y cargo adecuado o correspondiente.  

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 Dorothy Vaughan

Conocida por su precisión en la navegación astronómica, Katherine Johnson Goble calculó la trayectoria para el Proyecto Mercury y el vuelo del Apolo 11 a la Luna en 1969. Fue merecedora de la medalla de la Libertad, una de las 17 personas que la  recibieron durante el gobierno de Obama. No obstante, sufrió una vida de maltratos y de no reconocimiento a su gran valía, hasta que Obama la premiara.

No contento con esta historia, paso a otra del anecdotario de oscurantismo y racismo que aún se resiste a desaparecer. Me refiero al caso, esta vez de un surafricano tan marginado como Katherine en USA, el doctor sudafricano Hamilton Naki, a quien investigué en la misma fuente y vi su película “El cirujano clandestino”, quien  murió el 29 de mayo de 2005, a los 79 años, y su muerte pasó desapercibida para Suráfrica y para el mundo, ya que los diarios no publicaron ni una nota. 

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Hamilton Naki

Dios, en su infinita justicia divina, premió a Katherine y a Hamilton con larga vida, llena de salud y a Hamilton con muerte plácida, ya que Katherine aún  està resplandeciente, para gloria de Dios.


Este afro descendiente empezó de jardinero en la Universidad de Ciudad del Cabo. Luego limpió las jaulas del Departamento Médico y, más adelante, trabajó como anestesista de animales. Lo más importante es que su destreza hizo posible el primer trasplante de corazón humano. La muerte de Hamilton Naki, condenado durante casi cuatro décadas al anonimato por su condición de negro, nos recuerda uno de los episodios más vergonzosos de la medicina moderna.

En la Sudáfrica racista del apartheid, donde se establecían diferencias en el sistema jurídico en función del color de la piel, fue Christian Barnard - sudafricano blanco - quien en 1967 recibió todos los honores por llevar a cabo el primer trasplante de un corazón humano. Pero fue también Naki, el humilde autostopista, quien aquella noche hizo posible lo que durante siglos había supuesto un reto imposible para la medicina. Estuvo allí en el trasplante monitoreando y asistiendo a Barnard, quien le requirió para formar su equipo.

El 2 de diciembre de 1967, Denise Darvaald, una joven blanca atropellada al cruzar una calle, fue trasladada con urgencia al Groote Schuurhospital (El Cabo), donde se le diagnosticó muerte cerebral, aunque su corazón seguía latiendo.

En otra cama del mismo hospital, Louis Washkansky, un tendero de 52 años, agotaba sus últimas esperanzas de vivir. Entonces, el Doctor Barnard decidió intentar el trasplante. En una épica intervención de 48 horas, los dos equipos lograron extraer el corazón de la joven e implantarlo en el cuerpo de Washkansky. Los asistentes recuerdan la delicadeza con la que Naki limpió el órgano de todo rastro de sangre antes de que Barnard volviese a hacerlo latir en el pecho del hombre.

Pero, ¿qué hacía Hamilton Naki, un ciudadano de segunda, que había abandonado los estudios a los 14 años por necesidad, en medio de una de las operaciones más destacadas del siglo? Quizás las palabras del célebre Barnard, poco antes de su muerte, lo resuman: "Tenía mayor pericia técnica de la que yo tuve nunca. Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido". Eventualmente el hospital haría la excepción y lo consideró cirujano, aunque clandestino (título de la película).

Nacido hacia 1926 en una aldea del antiguo protectorado británico del Transkei (provincia de El Cabo), todo parecía condenarle - como al resto de sus compatriotas negros - a una existencia mísera en el inicuo régimen del apartheid. Poco a poco, sus capacidades le fueron granjeando puestos de responsabilidad. De limpiar jaulas pasó a intervenir en operaciones quirúrgicas a los animales del laboratorio, donde tuvo la oportunidad de anestesiar, operar y, finalmente, trasplantar órganos a animales como perros, conejos y pollos. De manera encubierta, Naki se había convertido en técnico de laboratorio.

El a menudo ingrato trabajo de experimentar con animales le permitió afinar sus dotes quirúrgicas: "Ahora puedo alegrarme de que todo se sepa. Se ha encendido la luz y ya no hay oscuridad", dijo éste héroe clandestino al recibir en 2002 la orden de Mapungubwe, uno de los mayores honores de su país, por su contribución a la ciencia médica. Hasta sus últimos días, uno de los mayores cirujanos del siglo sobrevivió con una modesta pensión de jardinero. (Fuente: Wikipedia)

A principios del siglo XXI escribí un libro (inédito) titulado “¿RACISMO EN LA ARMADA?”, el cual duerme en mi biblioteca en “machote”, y no he tenido recursos para publicarlo, está dormido junto a “40 AÑOS DE SAN MILLÀN”, “CRÓNICA DE UN VIAJE A NUESTRO TERRITORIO ESEQUIBO” y “4 CUENTOS, 4 SABERES”. Tengo fe en que la situación de gravísima crisis económica, etica y moral  venezolana cambiará y podremos recuperar la cultura.


Sin dudas que los ejemplos de Katherine Johnson Goble y de Hamilton Naki demuestran que, sólo sin prejuicios y con relaciones inter pares es que podremos continuar manteniendo nuestras relaciones internacionales, y ellas parten de cómo los ciudadanos de cualquier país tratan a los extranjeros; así como, a sus conciudadanos afrodescendientes, a la mujer, a los ancianos y a los niños. Por fortuna, un afrodescendiente ya llegó a la presidencia de la  gran  nación del norte. Falta ahora que una mujer lo logre allá y aquí en Venezuela, incluso que un afrodescendiente logre ser designado Comandante General de la Armada, Ministro de la Defensa o Presidente del gobierno y Jefe de Estado, Comandante en Jefe de las FFAANN, ¿Y por qué no?

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